- Date of publication
- Marzo 2020
- Business
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Profesor en ESIC y Director de CASTELLÓ CONSULTING. Economista; consejero de empresas.
Nos encontramos ante una realidad tan compleja como excepcional.
Resulta complicado legislar un conjunto de medidas de choque de tipo sanitario y económico, limitando movimientos y actividades, y que no termine por recordarnos a George Orwell.
Desde un plano económico, todo nos devuelve a la crisis crediticia de 2008. Sin embargo, la naturaleza de esta crisis es diferente. Aquí concurren simultáneamente shocks de oferta y de demanda.
En esta ocasión, no existen problemas de solvencia, al menos no de forma inicial, pero la secuencia LIQUIDEZ-SOLVENCIA-CRÉDITO amenaza con transformar la crisis hasta alcanzar la parálisis de la economía mundial.
Además, dadas las características contagiosas para la salud y el riesgo de colapso que ello supone para los sistemas sanitarios, la estrategia pasa por «congelar» en cierto modo la actividad económica. Se ha vivido en numerosas regiones con el confinamiento masivo de ciudadanos y el cierre de comercios y todo tipo de empresas.
En paralelo, asistimos a estímulos de política monetaria similares a los impulsados en 2008, pero de dudosa efectividad aislada. Tras los recortes de tipos de la Reserva Federal (FED), que los sitúan en la banda del 0 al 0,25%, y tras las inyecciones masivas de liquidez anunciadas de forma coordinada por los seis principales bancos centrales (EE. UU., Unión Europea, Japón, Reino Unido, Canadá y Suiza), los mercados siguen corrigiendo sus valoraciones. El desplome de las bolsas es catastrófico.
El impacto del miedo sobre la cotización bursátil resulta devastador. El dinero y el pánico no se llevan bien. Caen los principales índices bursátiles y también lo hacen sus derivados financieros. En días como los que estamos viviendo, es complicado encontrar ningún activo refugio. El mercado descuenta que la situación tiene elevadas probabilidades de quedar estancada a corto plazo y de volverse insostenible a medio y largo plazo, fundamentalmente por los elevados niveles de deuda asumidos por los agentes públicos y privados.
El dinero y el pánico no se llevan bien.
Como recuerda el conocido adagio bursátil, «en el parquet no pueden darse de forma simultánea buenas noticias y buenos precios». Quizá sean buenos tiempos para sembrar. O no. Muchos inversores que fijan su estrategia a partir del análisis fundamental temen que la corrección de precios que estamos viviendo en la bolsa se encuentre aún a mitad del camino existente entre el nivel de precios que veíamos hace unas semanas y el suelo (que resulte) definitivo.
La expectativa dinámica sobre precios futuros no solo pone en peligro la cotización de los activos y, como consecuencia, el ahorro de millones de pequeños ahorradores. Si la parálisis económica se da a la vez por los lados de oferta y de demanda, la hibernación de la economía corre el riesgo de impactar sobre la capacidad de pago de las empresas, lo que podría desencadenar una crisis mucho más profunda.
Como anticipábamos hace meses en otro artículo de este blog "Preparados para la próxima crisis económica" , en atención al elevado nivel de deuda pública y el endeudamiento privado de las empresas, caben dudas razonables sobre la capacidad de nuestras cuentas públicas y de la estructura de nuestras empresas para que desarrollen adecuados niveles de resiliencia.
Ante estos retos, el impulso de medidas fiscales debe estar encaminado al aseguramiento de colaterales para las empresas aumentando el porcentaje de cobertura de la Compañía Española de Reafianzamiento (CERSA) a las Sociedades de Garantía Recíproca (SGR) y abriendo simultáneamente líneas de crédito más allá de un insuficiente paquete inicial de 400 millones de euros anunciado con cargo al Instituto de Crédito Oficial (ICO) en los primeros días de la crisis.
Además, con un tejido empresarial caracterizado por pymes y que cuenta con más de tres millones de trabajadores autónomos entre los que se incluyen los societarios, las medidas anunciadas para el próximo Consejo de Ministros deben incluir acciones claras orientadas a aligerar la carga del coste laboral y de las cotizaciones cuya capacidad productiva quede en suspenso como consecuencia de la emergencia sanitaria.
Lastrar la capacidad de pago de las empresas podría llegar a provocar una premonición autoinducida y dar lugar a una crisis mucho más grave y duradera.
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